miércoles, 18 de agosto de 2010

ipods y demás - música digital, saturación y vinilos

Aparte de la de los Beatles, tengo en mi ipod toda la discografía de los Byrds, Who y Kinks (y estoy en ello con las de los Stones y Dylan, mucho más monstruosas), pero no he escuchado ni la mitad de los discos. No tengo tiempo. A todo lo que llego es a poner el aparato en modo "canciones aleatorias" para que me acompañe si no estoy realizando un trabajo que requiera toda mi atención (o conecto el Spotify, que ahora mismo suena de fondo mientras escribo este post). Pero escuchar lo que se dice escuchar un disco de cabo a rabo, sentarme a disfrutarlo sin más; eso hace tiempo que no lo hago. Y lo lamento. 

Antes, digamos hace quince años, un disco era un bien de consumo que requería todo un ritual de tiempo y atención. Desde conseguir el dinero necesario para comprarlo, pasando por el camino de ida a la tienda y vuelta a casa, hasta el excitante momento de colocar el aparato en el reproductor y acomodarte en la cama a disfrutar de la música mientras le echabas un vistazo al libreto. Un proceso lento si se quiere, pero que hacía que la experiencia resultara mucho más gratificante. Y qué decir de hace quizá treinta o cuarenta años, la magia de los vinilos y los singles de 45, los grandes formatos analógicos, los tocadiscos que saltaban y las agujas que se estropeaban y los discos que había que cuidar porque eran pequeños tesoros que iban más allá de la música en si. Artefactos culturales, en suma, cuyo valor no radicaba sólo en su mayor o menor mérito artístico. 

Un mundo cuyos últimos coletazos alcancé a vislumbrar y que ahora echo de menos. Sí, me inicié en la música con el imperfecto pero mágico sonido de los LPs y asistí al ascenso y declive del CD, un producto sin alma. Y ahora, como ya he dicho, tengo un ipod y una conexión a internet que me permite disfrutar de canciones que hubiera tardado toda la vida en encontrar cuando tenía veinte años, suponiendo que hubiera tenido el tiempo y el dinero necesarios para localizarlas y adquirirlas. Hoy, por el contrario, tengo virtualmente toda (sí, toda) la música que quiera al alcance de mis manos, o de mi ratón. Sin ir más lejos, en el tiempo que llevo escribiendo este post me ha dado tiempo a encontrar unas raras grabaciones conjuntas de Dylan y Harrison circa 1970, y ahora mismo las estoy disfrutando. Sin moverme del asiento ni emplear tiempo en ello. Sin despeinarme. Y ni que decir tiene que me está encantando, pero el entusiasmo no es comparable a lo que hubiera sentido encontrándolo en un estante perdido de algún mercadillo, por poner un ejemplo. 

Ahora que editar los discos en formato vinilo vuelve a ser cool, veremos como reacciona la industria digital ante el reingreso de nuestros viejos y negros amigos redondos. Yo, por lo pronto, ya me he agenciado un tocadiscos. Ahora sólo tengo que convencer a mi padre para que me devuelva los discos que le cedí hace años. 

3 comentarios:

  1. Para solidarizarme contigo y tu sentir, te comento que mis últimas adquisiciones fueron dos singles originales de los Beatles (Day Tripper/We can't work it out y Paperback Writer/Rain) y el Document de REM, todo, por supuesto en vinilo. Los singles los llevaba buscando tiempo, ya que son canciones off the records, y el Document, uno de mis discos favoritos de todos los tiempos lo tenía en un casette grabado. Salí de la tienda muy contento.

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  2. Hola amigo,

    No puedo más que decirte lo extraordinariamente familiar que me resulta tu experiencia. Es casi la historia de mi vida...

    Estoy de acuerdo con tu artículo hasta en las comas. La única diferencia es que yo nunca cedí mis vinilos y por lo tanto siguen a mi lado (puro azar, nadie me los pidió), y que nunca busqué a Harrison o Dylan, más bien a Jarreau o Vannelli, pero la emoción es idéntica.

    Gracias por el post,
    Jazzy
    www.jazzfunkbossaok.blogspot.com

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  3. Hola, Jazzy, gracias por el comentario. Casi todos los que conocimos los LPs estamos de acuerdo en que aquello es insustituible. Pero bueno, evolucionar o morir.

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