domingo, 30 de octubre de 2011

el fluido garcía (sidonie) - un disco de estudiantes

Decepción. No total, pero sí lo suficientemente amplia como para no tener ganas de escuchar este trabajo de nuevo en un tiempo. En un tiempo largo. Y esto me ocurre con pocos discos, la verdad. Es cierto que hay algunos que no entran a la primera y tienes que dedicarle un tiempo hasta que vas descubriendo su valor oculto. Hasta ahora, ninguno de los anteriores trabajos de Sidonie me habían decepcionado por completo. Este es la excepción que confirma la regla. 

Confieso que había escuchado cantos de sirena: "Sidonie vuelven a sus orígenes", "psicodelia en estado puro", "un disco de rock potente", etc. Y todo eso es cierto, el disco es potente, psicodélico y entronca perfectamente con aquellos Sidonie del Shell Kids que hacían discos alegres y despreocupados, sorprendiendo a muchos con canciones como "On the Sofa" o "Standing Together"

Pero me da la impresión de que por aquella época Sidonie hicieron de la psicodelia su bandera porque no sabían, no podían, no querían sonar de otra manera. Es decir, que tocaban lo que les venía en gana, y si aquello resultaba que era psicodelia, pues tan contentos. O se marcaban unos medios tiempos que mostraban sin lugar a dudas su adoración por las 4Bs (Beatles, Byrds, Beach Boys, Big Star) aderezados con esas armonías vocales tan marca de la casa. Para entendernos, siempre estuvieron entre Barrett, Bowie (más Bs), Harrison y el Revolver, pero sin intentarlo conscientemente. Cuando quisieron adaptar su estilo a cantar en español (Fascinado, 2005), se les fue la mano con la adaptación y, salvo la juguetona canción que daba título al disco, aquello no tenía mucho sentido. Algo fallaba en aquella extraña mezcla entre pop con cierto leve aderezo psicodélico heredero del bienio mágico (1966-1968) y los infructuosos intentos por castellanizar el género, con introducción de ritmos latinos incluida. 

Para mi gusto, los Sidonie más interesantes de su etapa en castellano son los de sus dos discos anteriores. Es ahí donde eclosiona el talento de Marc Ros como contador de historias y artesano de melodías. Si Costa Azul (2007) funcionaba era por su pulcra y medida producción, donde nada estaba allí porque sí. Un disco sumamente elegante, construido sobre en una base rítmica (el mccartneysmo del bajo de Jess haciendo volutas y la agresividad y efectividad mooniana de Axel Pi tras las baquetas) que sabe hacer avanzar las canciones sin que nos demos cuenta siquiera. Regado con profusión de guitarras de sonido limpio y teclados tan coloristas como necesarios. Canciones redondas, en suma, que desgranan historias pobladas por personajes muy, pero que muy deudores tanto de los Kinks como del McCartney de los mejores tiempos. 

Y más de lo mismo (que no es poco) ocurrió con El Incendio (2009). Pese a las críticas que les cayeron por aquel álbum de temática abiertamente enamorada, el disco, excepción hecha de alguna letra un poco más tontorrona de la cuenta, sacaba nota en ejecución y producción. Pop bien arreglado, de regusto adulto, sin pretensiones de grandeza y, sobre todo, sin complejos. Un camino con personalidad propia que podrían haber seguido explorando en su siguiente trabajo.


Pero no, Sidonie han decidido hacer un disco revival. Han querido hacer su Sgt. Pepper's particular tirando de manual sesentero, esforzándose por lograr un sonido más rock, más guitarrero, más grande y más potente. Y para ello, para que el disco suene como debe sonar han utilizado hasta el último truco disponible: sitares, distorsiones, flanging, drones, etc. El resultado es un disco fuerte, decididamente psicotrópico y que intenta ser escapista en las letras (confundiendo, dicho sea de paso el leit motif de la psicodelia original inglesa, que nunca fue el viaje sino la infancia) pero que peca de repetitivo. Tanto que a veces uno no sabe si el reproductor se ha estropeado y ha vuelto a otra canción anterior. Por otra parte, el desmembramiento de la mayoría de las piezas en varias partes con dinámicas distintas (deudor una vez más de los clásicos del género) hacen que el conjunto se resienta, dando lugar a un conjunto deslavazado de canciones con momentos puntuales de genialidad (gran solo de guitarra en "El Bosque", la canción que abre el disco), pero flojo en general. Y las historias simplemente no funcionan. De nuevo, parece que los Sidonie han forzado la máquina con los personajes dándoles un carácter surrealista y un trasfondo onírico cuya intención se agradece, pero caen en la trampa de la excesiva referencialidad. Todo es demasiado como debería ser, demasiado medido y estudiado para no salirse del patrón psicodélico y esto se refleja también en unas letras que firmarían un Barret en sus horas más bajas o la peor versión camp de McCartney (que lamentablemente existe y aún saca a pasear de vez en cuando).

Como diría el mítico Silvio, un disco de estudiantes, de gente a la que aún le pesan mucho los referentes. Una lástima, puesto que la voz personal y cuidada que parecían haber encontrado con los dos discos anteriores se diluye aquí para más gloria de una producción megalomaníaca abundante en trucos de estudio y con deficit de melodías. Sidonie vuelven a sus orígenes, sí, pero ya no suenan ni tan frescos ni muchísimo menos tan personales

sábado, 23 de octubre de 2010

gemas de otro tiempo - the butcher boy

Escuché por primera vez está canción en No Direction Home, el fantástico documental que Scorsese filmó sobre la transición vital del Dylan folkie hacia los inexplorados territorios del folk-rock y sus míticos conciertos de 1966 en Inglaterra, cuándo la conservadora parroquia folk inglesa (tweed, cardigan, bufanda, pipa) aún se permitía la licencia de abuchear ("¡Judas!") al payaso drogado hasta la cejas que, a pesar de todo, estaba empezando a llevar a la música popular americana a lugares que a nadie le había sido permitido imaginar hasta entonces. 

Como bien cuentan tanto el documental como el propio Zimmerman en Chronicles, su primer volumen de memorias, Dylan no era más que uno de tantos aprendices de trovador que pululaban por el SoHo neoyorquino a principios de los años 60, tocando canciones tradicionales acompañándose de guitarras baratas en cafés bohemios abarrotados de universitarios. Puede que el trovador de Duluth no fuera el mejor cantante ni el guitarrista más virtuoso del Greenwich Village de la época, pero fue sin duda el que mejor supo revisitar los áridos parajes de la música tradicional para buscar una chispa nueva, una actitud innovadora que le llevaría a ser el músico popular americano más influyente en la historia del pop, del folk e incluso del rock de las siguientes cuatro o cinco décadas. Observando al prodigioso icono cultural que es hoy el amigo Robert, cuesta imaginarse al chaval con cara de pícaro y vestido con mono de obrero (a imitación de su adorado Woody Guthrie) que se pateaba los clubs del cerrado circuito folk a cambio de unos centavos y un plato de sopa. Pero eso era Dylan, un juglar, un cantante de melodías escritas por otros o simplemente de canciones tradicionales que se perdían en el horizonte lejano de las praderas americanas. 

The Butcher Boy es una de ellas. Una conmovedora historia de amor, seducción, engaño y muerte que los millones de emigrantes irlandeses se llevaron consigo desde las desabridas costas de su verde isla natal, igual que otros antes que ellos la habían aprendido en la vecina y rica nación inglesa. Aquí, los Clancy Brothers la interpretan con la voz solista de Tommy Makem y la ayuda a la guitarra de Pete Seeger, el erudito folk americano en cuyo programa de TV Rainbow Quest quedó grabada esta actuación. Lo de menos son las pintas de marinero borracho de permiso que se gastaba el grupo (atención a los pantalones pirata y los jerseys de cuello vuelto con ochitos). La profunda y triste voz, la parca instrumentación, la increíble melodía nos transportan a una música que ya pertenece a otro mundo, un pasado musical común que haríamos bien en no olvidar. 




In London city where I did dwell, a butcher boy I loved right well
He courted me my life away, but now with me he will not stay
I wish, I wish, I wish in vain, I wish I was a maid again

A maid again I ne'er will be 'til cherries grow on an ivy tree
I wish my baby it was born and smiling on it's daddy's knee
And me, poor girl, to be dead and gone, with the long green grass growing over me
She went upstairs to go to bed, and calling to her mother, said:
"Give me a chair till I sit down and a pen and ink till I write down"
At every word she dropped a tear, at every line cried: "Willie dear
Oh, what a foolish girl was I, to be led astray by a butcher boy"
He went upstairs and the door he broke, he found her hanging from a rope
He took his knife and he cut her down, and in her pocket these words he found:
"Oh, make my grave large, wide and deep, put a marble stone at my head and feet
And in the middle, a turtledove, that the world may know that I died for love

lunes, 27 de septiembre de 2010

libros pop - geoff emerick







El nombre de Geoff Emerick a muchos no les dirá nada. Y, después de aclarar que fue un ingeniero de grabación que trabajó con los Beatles, tampoco les dirá mucho más. Pero si añadimos que asistió a la primera sesión profesional del grupo en Abbey Road, la cosa empieza a cambiar. Y si además nos enteramos de las minucias de su trabajo en discos tan esenciales como Revolver o Sgt. Pepper's, el tío pasa de  representar una simple nota a pie de página en la inabarcable bibliografía sobre los fab four a merecerse  un libro entero. Este. 


El principal mérito de Emerick fue traducir a un innovador lenguaje técnico las ideas musicales de los egos pensantes Lennon y McCartney.  Con sana iconoclastia el muchacho fue poco a poco atreviéndose a contravenir todas las reglas de oro de EMI sobre el funcionamiento interno del estudio de grabación y el uso del material. Acercar un micro a un amplificador un centímetro más de la cuenta podía suponer una alegre carta de despido. Usar un bafle cableado en sentido contrario como amplificador de bajo era una maniobra arriesgada que podía haber acabado con una llamada al orden por parte de los gerifaltes de la corporación. Emerick se la jugaba una y otra vez. Aunque teniendo en cuenta que lo hacía con la connivencia del grupo que ganaba más dinero del mundo, tampoco importaba demasiado si los resultados acompañaban. 

Y qué resultados. ¿Hubiera sido capaz el estiradillo George Martin de conseguir prodigios técnicos como los que se sacaba de la manga el chavalito día sí día también? Por mucha impecable formación clásica y experiencia que atesorara el productor de 40 años, posiblemente no habría sido lo mismo sin la participación del chico. Y para muestra, un botón. Para la posteridad han quedado cosas como el sonido de otro mundo de Tomorrow Never Knows, la ferocidad de las cuerdas en Eleanor Rigby, el controlado caos sónico de A Day in the Life, las atmósferas de Strawberry Fields Forever o el poderoso sonido del bajo en Paperback Writer

Y, por añadidura, el tío estuvo allí. Y es capaz de recrearse con lujo de  detalles y sin contarse un pelo en aspectos de la banda que en otros libros serían silenciosamente omitidos o edulcoradamente maquillados en aras de una feliz imagen de los cuatro muchachos. Como lo hijo de puta que podía ser Lennon en sus momentos difíciles. O la torpeza de Harrison cuando de solos de guitarra se trataba. O el ansia devoradora de McCartney por tener todo bajo control y que su cabeza sobresaliera sobre la del resto. O el pasotismo de Starr hacia el trabajo de los demás durante aquellas maratonianas sesiones de grabación en las que aprendió a jugar al ajedrez. 

En suma, un libro fascinante no porque nos cuente (otra vez) la historia de los Beatles - eso podemos encontrarlo con mucho más detalle en otros sitios - sino porque nos hace entender un poco mejor las innovaciones técnicas y musicales que hicieron que el grupo estuviera siempre un peldaño más arriba que el resto a la vez que retrata con crudeza todo lo que conllevaba ser un beatle en 1966-1970. Y creo que no cuesta mucho más de 10 euros (aunque a mi me salió por 1, aquel día decidieron hacer limpieza en La Casa del Libro). Merece la pena (que conste que no me llevo comisión). 


viernes, 10 de septiembre de 2010

G'N'R

Nunca fueron de mis favoritos, pero hay que reconocer que tenían algún que otro tema que merecía la pena. Por la época no era capaz de ver más allá de las mamarrachadas del Axl Rose anterior a las trencitas cubre-alopecia: camiseta "Kill your idols", falda escocesa, contoneos pélvicos que provocaban desmayos, grititos desaforados en falsete atronador... Yo tenía trece años y no entendía aquello...

Pero esta canción me gusta, en todas partes cuecen habas. Y aquí se nota como los grupos son más que un par de tipos con poses para la galería. Ni el mamarracho del falsete ni el guitarrista del sombrero y las gafas oscuras fueron capaces en este disco de escribir nada ni remotamente parecido a este rock brutal que Stradlin, el tipo en la sombra con su sempiterno cigarrillo colgando de la boca, se sacó de la manga para cachondearse del perro de Axl. 

miércoles, 18 de agosto de 2010

ipods y demás - música digital, saturación y vinilos

Aparte de la de los Beatles, tengo en mi ipod toda la discografía de los Byrds, Who y Kinks (y estoy en ello con las de los Stones y Dylan, mucho más monstruosas), pero no he escuchado ni la mitad de los discos. No tengo tiempo. A todo lo que llego es a poner el aparato en modo "canciones aleatorias" para que me acompañe si no estoy realizando un trabajo que requiera toda mi atención (o conecto el Spotify, que ahora mismo suena de fondo mientras escribo este post). Pero escuchar lo que se dice escuchar un disco de cabo a rabo, sentarme a disfrutarlo sin más; eso hace tiempo que no lo hago. Y lo lamento. 

Antes, digamos hace quince años, un disco era un bien de consumo que requería todo un ritual de tiempo y atención. Desde conseguir el dinero necesario para comprarlo, pasando por el camino de ida a la tienda y vuelta a casa, hasta el excitante momento de colocar el aparato en el reproductor y acomodarte en la cama a disfrutar de la música mientras le echabas un vistazo al libreto. Un proceso lento si se quiere, pero que hacía que la experiencia resultara mucho más gratificante. Y qué decir de hace quizá treinta o cuarenta años, la magia de los vinilos y los singles de 45, los grandes formatos analógicos, los tocadiscos que saltaban y las agujas que se estropeaban y los discos que había que cuidar porque eran pequeños tesoros que iban más allá de la música en si. Artefactos culturales, en suma, cuyo valor no radicaba sólo en su mayor o menor mérito artístico. 

Un mundo cuyos últimos coletazos alcancé a vislumbrar y que ahora echo de menos. Sí, me inicié en la música con el imperfecto pero mágico sonido de los LPs y asistí al ascenso y declive del CD, un producto sin alma. Y ahora, como ya he dicho, tengo un ipod y una conexión a internet que me permite disfrutar de canciones que hubiera tardado toda la vida en encontrar cuando tenía veinte años, suponiendo que hubiera tenido el tiempo y el dinero necesarios para localizarlas y adquirirlas. Hoy, por el contrario, tengo virtualmente toda (sí, toda) la música que quiera al alcance de mis manos, o de mi ratón. Sin ir más lejos, en el tiempo que llevo escribiendo este post me ha dado tiempo a encontrar unas raras grabaciones conjuntas de Dylan y Harrison circa 1970, y ahora mismo las estoy disfrutando. Sin moverme del asiento ni emplear tiempo en ello. Sin despeinarme. Y ni que decir tiene que me está encantando, pero el entusiasmo no es comparable a lo que hubiera sentido encontrándolo en un estante perdido de algún mercadillo, por poner un ejemplo. 

Ahora que editar los discos en formato vinilo vuelve a ser cool, veremos como reacciona la industria digital ante el reingreso de nuestros viejos y negros amigos redondos. Yo, por lo pronto, ya me he agenciado un tocadiscos. Ahora sólo tengo que convencer a mi padre para que me devuelva los discos que le cedí hace años. 

miércoles, 28 de julio de 2010

pequeñas canciones - alfama (madredeus)

Yo estaba enamorado de Teresa Salgueiro. Quería desesperadamente ir a Lisboa... Mi alma necesitaba recorrer Alfama a lomos de un tranvía que me transportara al pasado... Mi boca ansiaba paladear el gusto lento del portugués, un idioma arcaico destilado con vinho verde y pasteis de nata... 

Todo esto no lo hice hasta mucho tiempo después.  Recorrimos Lisboa como dos viajeros y nos enamoramos de ella como yo me había enamorado de Teresa Salgueiro, o más bien de su reflejo en un film de Wim Wenders. El tiempo tiende a magnificar las imágenes, pero dudo mucho que me haya inventado los matices mil que el sol desplegó sobre el Tajo mientras asistíamos, atónitos, al milagro desde el Miradouro de Santa Luzia. O el fuerte olor a un mar colonial, mezcla de dos continentes, que pudimos paladear mientras el viento descubría nuestras siluetas en la Torre de Belém.


Nada de eso me he inventado. Echo de menos Lisboa. O Lisboa me echa de menos a mí y clama por mi presencia desde lo alto de su puesto de guardia. Acudiré, no puedo negarme. Yo estaba enamorado de Teresa Salgueiro. Se lo debo. 


Madredeus - Alfama



Agora,
que lembro,
As horas ao longo do tempo;
Desejo,
Voltar,
Voltar a ti,
desejo-te encontrar;
Esquecida,
em cada dia que passa,
nunca mais revi a graça
dos teus olhos
que eu amei.
Má sorte,
foi amor que não retive,
e se calhar distrai-me...
- Qualquer coisa que encontrei.

P.S.: La  foto de Lisboa es propiedad de Lucía Castillo Gil y Marcos Soriano Covarsí

sábado, 3 de julio de 2010

clásicos del pop - versiones en inglés

El pop de calidad siempre fue anglosajón. Posiblemente esta sea la máxima más repetida alrededor del mundo por poppies, indies, folkies, surfers, mods, rockers o diversos amantes de todo lo que huela a música bañada por cualquiera de las dos orillas del Atlántico.  El inglés, desde la eclosión de los grupos de guitarras en los 60, domina sin despeinarse el mercado y se ha convertido en el idioma pop por excelencia. Por eso grupos que no han tenido la dicha de nacer en Newcastle o San Diego abrazan dichosamente la lengua de Shakespeare como vehículo para sonar más "auténticos" o para llegar a un público más amplio. Casos actuales en nuestro país no faltan: desde preciosistas artesanos como The Sunday Drivers o neo-psicodélicos como los primeros Sidonie hasta la reciente oleada de "chicas folk" como Russian Red o Anni B. Sweet

Pero a veces, aunque suene a tópico mil veces repetido, es verdad que la música no tiene fronteras ni entiende de limitaciones idiomáticas. Aunque normalmente son canciones anglosajonas las que son versionadas en español por grupos de aquí, es curioso como en ocasiones alguna canción en español llega a oídos "guiris" y acaban lanzando una versión en su idioma. El resultado, olvidando cosas como Macarena y otros engendros del tipo mainstream, suele merecer la pena. 

Aquí os dejo una divertida versión del Déjame de Los Secretos, a cargo de The Mockers. Y, de postre, una muestra de que también en los 60 la autopista musical entre el Reino unido y España era de doble sentido: el grupo galés The Bystanders versionando el Mejor de Los Brincos




¿Conoces otras canciones en español que hayan sido versionadas en inglés? ¡Cuéntanoslo!

martes, 15 de junio de 2010

good old country

Me gustó mucho, allá por 1994, el primer disco de Javier Álvarez. Por aquella época yo andaba "engolfado" con la canción de autor y cualquier cosa que sonara a guitarra acústica y voz me llegaba muy adentro. Hoy sigo escuchando este disco bastante a menudo, pero por otras razones. Aunque irregular, pues tiene canciones muy olvidables (típicas de cualquier primer disco, por otra parte), es una excelente muestra de buen pop, bien arreglado y muy bien producido.

En mi opinión, lo mejor del disco no es ninguna de las canciones que firma Javier, sino la pequeña gema que llegaba casi al final en forma de "bonus track". Are you tired of me, my darling?, un standard country escrito en 1877 y popularizado en los años 30 por The Carter Family, el primer grupo vocal en gozar de cierto éxito en los EEUU; y que además contaba entre sus filas con la suegra y la mujer de Johhny Cash.

Una melodía dulce y exquisita que a veces me recuerda a las canciones isabelinas y renacentistas de las islas británicas - Scarborough Fair podría ser su prima hermana, de hecho -. Surcando el océano en sentido contrario al del Mayfair, esta canción vuelve para ponernos magníficamente tristes.

Are you tired of me my darling? Did you mean those words you said That made yours forever Since the day that we were wed? And tell me, would you live life over Would you make it otherwise? Are you tired of me my darling? Answer only with your eyes. Do you ever rue the springtime When we first each other met? How we spoke in warm affection Words my heart can ne'er forget. Do you think the bloom's departed From the cheeks you thought so fair? Do you think I've grown cold-hearted 'Neath the load of toil and care?

miércoles, 2 de junio de 2010

mundiales de fútbol

Se acercan los mundiales (curioso que me siga aferrando esta denominación tan old school, ya todo el mundo dice "el mundial de fútbol") y me he acordado de esta canción no oficial de la selección inglesa para el mundial de 1998. Fat Les, una suerte de proyecto alternativo de Alex James de Blur, grabó este divertido vídeo que tuvo una gran acogida entre los aficionados ingleses.


Y como las comparaciones son odiosas, me abstendré de comentar las canciones con las que nuestro combinado español ha contado en algún momento. Me vienen a la memoria cosas como Rosana o "A por ellos, oé". ¿Qué canciones recuerdas tú? ¿Cuál te parece la mejor canción que has escuchado relacionada con el fútbol?

lunes, 24 de mayo de 2010

libros pop - bit of a blur (alex james)

Lo terminé hace ya un tiempecito, pero quería dejarlo reposar un par de semanas antes de dar una opinión digamos, sosegada, al respecto. Se trata de las memorias de Alex James, el espigado bajista de Blur, la archiconocida banda británica de los 90.

Me encantan las biografías. Me encantan los libros sobre música. ¿Parecería la conjunción perfecta, verdad? Pues el resultado, en mi opinión, dista mucho de estar a la altura. Lo que busca muchas veces el lector de libros sobre grupos musicales  - esa es al menos mi experiencia -  no es tanto las múltiples anécdotas que los rodean o sus relaciones personales, como ahondar en los detalles de grabación y composición de las canciones que tanto aman. 

De lo primero tenemos en el libro muchas páginas: la formación del grupo, su evolución, la amistad de sus miembros, etc. Incluso se permite el lujo James, en un esfuerzo loable de plasmar su intensa vida personal, de divagar sobre temas tan poco afines a priori para un músico pop como jardinería, astronomía o aeronáutica, algunas de sus pasiones personales. La honestidad del inglés sorprende y agrada a partes iguales: el sexo casual, las innumerables borracheras, las drogas, los excesos... Pero el formato de "chico joven de provincias que llega a la fama, se desmadra unos años y al final sienta la cabeza" acaba cansando por demasiado manido. Al final del libro encontramos a Alex casado, disfrutando de su inmensa propiedad en el campo por la que corretean sus tres hijos y asistiendo a recepciones reales en Buckingham Palace. Lo que posiblemente sea el sueño dorado de todo inglés de mediana edad, pero que chirría notablemente en su caso: un músico que pasó los 90 en la banda que mejor ejemplificó en sus letras las críticas más certeramente despiadadas contra las clases medias inglesas y su hipócrita sistema de valores

James escribe bien, con humor y cierta ironía típicamente británica que hace que sea un libro divertido y fácil de leer. Es difícil no sentir simpatía por el chico, especialmente cuando uno se da cuenta de que analiza sin tapujos y con cierta chulería temas espinosos para la historia de la banda: el distanciamiento de sus miembros, las rencillas musicales, la rivalidad con Oasis, etc. Sin enbargo, asuntos tan esenciales para la biografía de un músico pop, y mucho más aún para la biografía de un miembro de la banda que inventó el Brit Pop, son desechados o relegados a la cuneta de los temas sin importancia. La eclosión musical inglesa de principios de los 90 ocupa un par de páginas a lo sumo. La gestación y grabación de un tema seminal como Song 2 queda despachada en un par de párrafos.Y lo mismo ocurre con Country House, Parklife o Charmless Man, himnos por derecho propio de toda una generación. La misma que, atónita,  hoy lee - leemos, leo - este libro con la incómoda sensación de estar haciéndonos mayores y un cierto hastío por la forma en la que los hasta ahora abanderados del indie y la contracultura intentan no sólo hacernos pasar por el aro, sino convencernos de que es el siguiente paso lógico y natural.



Related Posts with Thumbnails