Escuché por primera vez está canción en No Direction Home, el fantástico documental que Scorsese filmó sobre la transición vital del Dylan folkie hacia los inexplorados territorios del folk-rock y sus míticos conciertos de 1966 en Inglaterra, cuándo la conservadora parroquia folk inglesa (tweed, cardigan, bufanda, pipa) aún se permitía la licencia de abuchear ("¡Judas!") al payaso drogado hasta la cejas que, a pesar de todo, estaba empezando a llevar a la música popular americana a lugares que a nadie le había sido permitido imaginar hasta entonces.
Como bien cuentan tanto el documental como el propio Zimmerman en Chronicles, su primer volumen de memorias, Dylan no era más que uno de tantos aprendices de trovador que pululaban por el SoHo neoyorquino a principios de los años 60, tocando canciones tradicionales acompañándose de guitarras baratas en cafés bohemios abarrotados de universitarios. Puede que el trovador de Duluth no fuera el mejor cantante ni el guitarrista más virtuoso del Greenwich Village de la época, pero fue sin duda el que mejor supo revisitar los áridos parajes de la música tradicional para buscar una chispa nueva, una actitud innovadora que le llevaría a ser el músico popular americano más influyente en la historia del pop, del folk e incluso del rock de las siguientes cuatro o cinco décadas. Observando al prodigioso icono cultural que es hoy el amigo Robert, cuesta imaginarse al chaval con cara de pícaro y vestido con mono de obrero (a imitación de su adorado Woody Guthrie) que se pateaba los clubs del cerrado circuito folk a cambio de unos centavos y un plato de sopa. Pero eso era Dylan, un juglar, un cantante de melodías escritas por otros o simplemente de canciones tradicionales que se perdían en el horizonte lejano de las praderas americanas.
The Butcher Boy es una de ellas. Una conmovedora historia de amor, seducción, engaño y muerte que los millones de emigrantes irlandeses se llevaron consigo desde las desabridas costas de su verde isla natal, igual que otros antes que ellos la habían aprendido en la vecina y rica nación inglesa. Aquí, los Clancy Brothers la interpretan con la voz solista de Tommy Makem y la ayuda a la guitarra de Pete Seeger, el erudito folk americano en cuyo programa de TV Rainbow Quest quedó grabada esta actuación. Lo de menos son las pintas de marinero borracho de permiso que se gastaba el grupo (atención a los pantalones pirata y los jerseys de cuello vuelto con ochitos). La profunda y triste voz, la parca instrumentación, la increíble melodía nos transportan a una música que ya pertenece a otro mundo, un pasado musical común que haríamos bien en no olvidar.
In London city where I did dwell, a butcher boy I loved right well
He courted me my life away, but now with me he will not stay
I wish, I wish, I wish in vain, I wish I was a maid again
A maid again I ne'er will be 'til cherries grow on an ivy tree
I wish my baby it was born and smiling on it's daddy's knee
And me, poor girl, to be dead and gone, with the long green grass growing over me
She went upstairs to go to bed, and calling to her mother, said:
"Give me a chair till I sit down and a pen and ink till I write down"
At every word she dropped a tear, at every line cried: "Willie dear
Oh, what a foolish girl was I, to be led astray by a butcher boy"
He went upstairs and the door he broke, he found her hanging from a rope
He took his knife and he cut her down, and in her pocket these words he found:
"Oh, make my grave large, wide and deep, put a marble stone at my head and feet
And in the middle, a turtledove, that the world may know that I died for love
Muy bonito. Próxima canción de la campaña de uso de preservativos, ¿no? Me encanta la música popular y su literatura.
ResponderEliminarJejeje, pues igual no le vendría mal escucharla al señor Benedicto y sus secuaces, tienes razón.
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